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1917. Don Pío Collivadino.

 

         Tras la publicación de los artículos en Fray Mocho y Caras y Caretas la figura del pintor de La Boca se transformó en “El Carbonero”. Para gente del barrio ahora era un artista del que hablaban las grandes revistas de Buenos Aires. Hasta el viejo Chinchella, que antes renegaba, comentaba: “Tenemos un gran artista en la casa. Lo he leído en los papeles”.

            Quinquela recuerda un evento junto a Guillermo Facio Hebequer: (Amigo de Quinquela, integrante de los artistas del pueblo y participante del Salón de los Recusados) “Una tarde estábamos los dos pintando en el astillero cuando se apareció un señor elegante y distinguido. Facio Hebequer se apresuró a presentármelo:

            -Don Pío Collivadino.

Ya entonces el don era inseparable de aquel nombre, que, a mayor abundamiento, pertenecía al director de la Academia Nacional de Bellas Artes. Como el presentado se olvidó de mencionar mi nombre, don Pío me preguntó:

            -Y usted, ¿Quién es?

            -Chinchella, señor.

            -¿A qué se dedica?

            -Soy carbonero.

            -¿Quién le enseño a pintar?

            -Nadie. Pinto lo que veo, lo que siento y lo que me gusta.

            -¿Tiene usted mucha obra hecha?

            -Sí; tengo en casa algunos cuadros y otros andan repartidos por ahí.

            -Me interesaría ver la obra que tiene usted en su casa.

Y allá nos fuimos los dos. La elegancia de don Pío Collivadino corrió peligro de mancillarse cuando los dos atravesamos la carbonería para subir al altillo donde yo tenía mi pequeño estudio. […]

            -Usted puede ser el pintor de La Boca y su puerto. Interesado por un cuadro que reproducía una escena del puerto dijo:

            -Aquí hay ambiente, carácter, fuerza. Y además, una personalidad original; un modo distinto de ver y de pintar.

Tanto me elogió el cuadro, que me pareció oportuno regalárselo. Y al día siguiente se lo mandé a la Academia de Bellas Artes.

            Pasaron varios días y no volví a ver a don Pío Collivadino ni a Facio Hebequer. Pero al cabo de una semana o dos recibí la visita de otro señor, mucho más joven y también mucho más elegante, era Eduardo Taladrid, secretario de la academia. Simpatizamos desde el primer momento y sellamos una amistad.

 

Fuente:

Muñoz, A. (1949). Vida novelesca de Quinquela Martín. Ciudad Autonoma de Buenos Aires: Buenos Aires.

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