
New York, 1928.
A fines de 1927, Quinquela partió para Nueva York a bordo del vapor American Legión. Al llegar tuvo que agenciarse un intérprete, ya que no conocía ni una palabra del inglés.
“Georgette Blandi, una mujer admirable, de espíritu inquieto, sensibilidad de artista y voluntad independiente, se constituyó voluntariamente en la madrina de mi exposición. Empezó por organizarme una comisión de honor, en la que incluyó a las personalidades más importantes de su conocimiento o amistad”, recuerda el artista argentino.
En aquella comisión había algunos millonarios entre los cuales se encontraba Mr. Farrell, uno de los magnates del acero, quien le hizo una oferta tentadora para que Quinquela se encargara de la pintura y decoración mural de sus establecimientos metalúrgicos.
A dicha oferta respondió Quinquela de este modo: “—Yo sólo pinto en mi país, y aún dentro de mi país prefiero los motivos de mi barrio, La Boca, y de su puerto.
—Sin embargo, usted también pinta el fuego, y el fuego es igual en todas partes.
—Es cierto —le contesté—. Hay de por medio una cuestión patriótica y sentimental. La Argentina necesita artistas y, en consecuencia, considero que mi trabajo pertenece a mi país. Por lo demás, en los Estados Unidos hay muchos pintores muy buenos, que tienen más derecho que uno a decorarle sus fábricas, míster Farrell. Encárgueselo usted a ellos y será usted en su país un benefactor de las bellas artes, como lo fueron en el suyo los Médicis de Florencia. Aquel parangón con los Médicis halagó mucho a míster Farrell, que terminó comprendiendo las razones que me impedían aceptar su generosa oferta”.
Fuente:
Muñoz, A. (1949). Vida novelesca de Quinquela Martín. Ciudad Autonoma de Buenos Aires: Buenos Aires.
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